viernes, 30 de octubre de 2015

La casa del horror (como cuaderno)


Esto dejó de ser el libro a publicar, para convertirse en uno de los ocho cuadernos dedicados a los nietos.
Sus no sé cuántas cuartillas quedan como anexo y se reduce a unas pocas, ilustrativas y en tono narrativo

Julio César Mondragón Fontes, normalista desollado en vida.
El sin rostro es la segunda parte del mensaje. Eso hicieron: Jamás sabrás dónde quedaron cuarenta y tres y el cuarenta y cuatro te advierte una posibilidad. Cuanto más bulla armes, continúan, alrededor del mundo, si quieres, más contundente la señal: Somos universalmente impunes. 
A una de las personas con mayor conocimiento sobre derechos humanos, no le queda duda: el actual sistema prepara una shoa, como los nazis llamaban a la "solución final"; el setenta por ciento estamos destinados a que se nos excluya.
"Tú no has visto nada, nada", insistía obsesivamente el diálogo de una gran película sobre el horror. Yo no vi nada, nada, de Julio César Mondragón Fontes, así intentara reconstruir su muerte. Percibo sólo reflejos: 
él "tragado por las sombras de Iguala"; 
militares presentándose con el cadáver: Estaba en la calle, dicen sin confirmación
las letras de un mentiroso informe: Muerto por trauma cerebral; fauna local devoró piel y ojos de la cavidad craneana
Marisa, su mujer, ante los restos sobre una plancha del Semefo, y los comentarios alrededor: Un asesinado así le puede dejar buena lana
la madre y los tíos suspendiendo los preparativos del cuerpo para sepultarlo, a fin de tomarle fotos que documenten la obvia tortura; 
Lenin, el hermano, quien en plena clase escucha al maestro: ¿Ven esta cara? Se lo merecía; 
tres expedientes que el gobierno federal no atrae y tardan siete meses en ser entregados; 
un falso rumor y una malintencionada declaración del ejército para sembrar desconfianza: Julio servía al Cisen; Entre los desparecidos había soldados que infiltramos.
¿Cuántas veces puede morir un normalista y su familia? Tantas como le apetezca al poder.
Desde la calle el grito: Mi rostro es tu reflejo. No te vi pero te llevo impreso, entonces.
Mensaje recibido, esperen contestación.
-0-
Este se convierte en nuestro último cuaderno, nietos. Andaba por su cuenta y no lo hace más. Es parte de La red de agujeros donde nacimos, remata lo Demasiado humano que nos obsesiona y el propio Desde la azotea no termina de entenderse sin él. 
Había una cita al principio, de la cual viene el título: "...esta casa donde habita el horror". Fue dicha por quien representaba a los cuando menos veintiséis mil desaparecidos en el país durante una década, pues su hijo está entre ellos. Hoy lo suplen y con mucho los familiares de los 43+5 que dejaron las sombras de Iguala. El Julio César torturado en vida hasta la muerte, forma parte del número real y simbólico cuya fuerza impulsa la insurrección final, cree este abuelo incapaz de imaginar a la Red cuando se cumpla el año 2019.
La violencia en México toca todos los ámbitos, a veces sin que públicamente se perciba. Constituye un circo, uno solo, con muchas pistas.
Así escribí en 2014 al creer terminado el trabajo de cinco años, que se apoyaba en previos. Entonces llegó ese 26-27 de septiembre por antonomasia ahora, y la trama se exhibió brutalmente. Algo más me quedó claro al regresar de una charla sobre el tema en la plaza central de Jiutepec, Morelos: 
Vivimos un narco Estado, dicen; y una narco sociedad, debe agregarse simplificando. Gran parte de la población nacional sabe quiénes pertenecen al crimen organizado, calla los actos de corrupción alrededor y tal vez conoce el rostro y hasta el nombre de los secuestradores de los niños y las mujeres cuyas fotos circulan por la internet, o el de los violadores y feminicidas.
Un psicoanalista opina que sus colegas han equivocado el punto de arranque sobre los torturadores. No son seres a-sociales, dice. Entonces tampoco quien corta cabezas y demás. ¿La realidad se volvió de revés? Sí, en parte, y debo tener mucho cuidado con lo que concluyo de eso, pues agravio a la víctima doblemente, según es ley en el reino de la injusticia.
Un mes después al sur de Tamaulipas una niña de siete años es atacada por sus compañeros. Jugábamos a la violación, aseguran ellos con aire ingenuo y la maestra los semidisculpa: La muchachita era la más bonita y coqueta del salón. Kilómetros al norte el gobernador bautiza una avenida con el nombre de quien fundó el Cartel del Golfo.
Forman parte de un fenómeno muy extendido. Hace ya unos años la periodista Patricia Rea informaba que en una pequeña ciudad michoacana los preadolescentes jugaban a ser sicarios, y hoy el pan nuestro de cada día son las declaraciones de funcionarios públicos en altos cargos sobre las y los indígenas, por ejemplo, que una califica de “estúpidos”, o en cuanto a la homosexualidad, monstruosa según la diputada X pues no puede haber amor entre quienes tienen sexo sin mirarse a la cara; o en relación a la democracia, que un senador sepulta hasta en las apariencias declarando en "eso de que el pueblo es el que manda" hay pura palabrería. 
Desde luego las palmas se las lleva el presidente Enrique Peña Nieto (EPN) desentendiéndose con descaro de probadas acusaciones sobre corrupción, personal, de su gabinete y las empresas que miman. 
Hay una guerra en curso y los números impiden calificarla “de baja intensidad”. EPN basó en mucho su campaña electoral prometiendo descender dramáticamente las cifras de la violencia en la “guerra contra los cárteles”, y el 29 de julio de 2014 su secretario de gobernación declaraba que el problema “se ha reducido a su mínima expresión”. En agosto un medio especializado respondió que el actual sexenio “supera al de Felipe Calderón en el número de muertos”. Las cantidades varían de una fuente a otra por la dolosa documentación gubernamental, y en cualquier caso oscila entre cuarenta y cincuenta diarios.  
En cuanto a las desapariciones, se elevaron a trece por día, asegura la revista Proceso considerando sólo las denunciadas.
Faltan otro tipo de bajas. Las relacionadas, pongamos, con los temas laborales. 
Un cuerpo sin cabeza por venganza va a los titulares periodístiscos. El cadáver de un suicida no es noticia ni tiene presunto autor intelectual. Entre 2003 y 2012 el número de quienes se quitaron la vida duplica el de los diez años anteriores. En los hombres mayores de doce años representa el 71.7 por ciento de los casos. ¿Las principales causas? Angustia económica y desempleo.
“…el suicidio provoca más muertes que los asesinatos y las guerras”, dicen las cifras de la Organización Mundial de Salud. En 2009 en México se registraron 5,190 y era la tercera causa de mortalidad. Habría que sumar los catorce mil intentos fallidos.
Cuando un año después en Tamaulipas un estudio mostró que el fenómeno se había multiplicado trescientos por ciento en relación a años previos, de inmediato los diarios lo atribuyeron a la inseguridad pública. Los médicos rieron: Eso produce paranoia; el problema reside sobre todo en la “falta de oportunidades, de integración a la vida productiva o de formación académica”.
La problemática laboral suele pasarse por alto en términos de violencia, y de cuando en cuando escupe con sangre. En los setenta y nueve mineros muertos por la explosión en Pasta de Conchos, Coahuila, por confirmada negligencia y omisión de los empresarios y autoridades del trabajo. Hoy da patadas con los jornaleros del Valle de San Quintín, Baja California, cuyo levantamiento descubre “la existencia de millones de trabajadores del campo en condiciones de semiesclavitud, sin derechos, con jornadas excesivas, hostigamiento laboral sexual y trabajo infantil”.
En las listas de muertes no se incluyen desde luego a quienes reposan en fosas clandestinas, ¿y a los centroamericanos que buscando los Estados Unidos son asesinados en nuestras tierras, luego de extorsionarlos, intentar que trabajen para las mafias o pedir rescate por ellos, secuestrados? El 22 de agosto de 2010 a setenta y dos se los ejecutó en San Fernando, Tamaulipas, “en represalia porque se habían negado a convertirse" en asesinos a sueldo. "Apilaron los cuerpos en un terreno baldío. En los periódicos de Tamaulipas la nota se publicó hasta la página siete (para no molestar a “Los Zetas”) pero fuera de México se convirtió en un escándalo internacional. Para no llamar tanto la atención, los explotadores de migrantes prefirieron después las fosas secretas o las incineraciones con diésel”.
Las fosas comunes... Las sombras de Iguala descubrieron veintiocho cuerpos localizados en las primeras descubiertas que la autoridad afirma no pertenecen a los normalistas; los restos en el río San Juan de los cuarenta y tres desaparecidos que se quemaron en el basurero El Papayo, conforme a la Procuraduría General de la República (PGR), desmentida sin lugar a dudas por los expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH); los otros diez hallados después durante las investigaciones que dirigen los padres de Ayotzinapa y hacen exclamar a un hombre en búsqueda de su mujer y sus hijas: “todo el cerro seguro es un panteón”, en más de un municipio en torno a Iguala.
“Sus identidades empiezan a surgir –escribe Marcela Turati-, así como las historias de dolor que han dejado detrás.
“Un cura africano asignado a México, un taxista que fue migrante, una familia (un hombre con su hijo, una sobrina y un sobrino) que viajaba a Iguala a un velorio (…) La mayoría fueron detenidos por la policía municipal de Iguala y desde entonces no se sabía de su paradero.”
-No sabemos cómo se va distribuyendo, respetando o tensando el poder de una cúpula policiaca, de una cúpula militar, de una cúpula de narcotráfico, de una cúpula de derrame de los fondos públicos (...) Ese mapa es clandestino. Sólo quienes están dentro de esas cúpulas saben cómo respetar, cómo apartarse, cómo enfrentarse a las cúpulas contiguas.”
Así dice Carlos Montemayor en 2002 durante una entrevista sobre la muerte de Digna Ochoa, la defensora de derechos humanos. Quien pregunta se refiere a Guerrero en específico. 
-¿Estamos hablando de un fenómeno de colombianización de este estado? 
-No, todo lo contrario. La colombianización ocurre primero porque no había un gobierno central eficiente ni aceptado en Colombia. Segundo, porque hay un dominio territorial total de las guerrillas. Tercero, porque es imposible para fuerzas policiacas y militares oponerse tanto a los grupos guerrilleros como a los clubes de delincuentes armados que constituyen las fuerzas paramilitares colombianas.
“Esto no ocurre en México ni hay manera de establecer paralelos con Colombia. Lo que estamos es ante el caso típico que debemos llamar estado de Guerrero.”  
¿El fenómeno en el conjunto del país entonces no alcanza los grados de esa entidad?, ¿y de ser así, cómo evolucionó con tal velocidad en apenas trece años?

2001-2002, un posible punto de inflexión
Dejé la entrada del trabajo original que aquí se convierte en cuaderno enlazado con los demás, E y S, y así puede verse de dónde viene. Aquél, inconcluso, permanece como apéndice y aquí nos quedamos con unos cuantos textos capaces de sugerir.
Al crimen organizado me acerco sólo cuando es necesario. Ofende lo que voluntaria o involuntariamente suelen hacer quienes tratan de él: convertirlo en mito. Para ingenuo en la materia estoy que ni pintado y recurro a otros y otras. 
Hay un trabajo sobre las mafias y la venta de protección en tanto "industria". Parte de que en el México posrevolucionario los “agentes privados, incluidos los narcos, no han sido capaces de asentarse en los mercados de la protección sin la cobertura estatal”.
La tesis coincide con nuestra historia general: sin el aparato estatal nada o muy poco de la iniciativa privada mexicana habría prosperado bien a bien tras 1920. 
Los hombres de negocios nacionales nacen o se expanden de manera extraordinaria a partir de 1940 y sólo gracias a la industrialización a marchas forzadas concebida, coordinada y sostenida por el Estado. Sin la infraestructura pública que se crea entonces; sin el cierre de fronteras para protegerlos; sin la exención de impuestos y los subsidios directos o indirectos, las miles de nuevas fábricas, comercios y empresas financieras no habrían prosperado en su mayoría.
En la etapa de gran crecimiento, que termina hacia 1982 y abre las puertas al neoliberalismo autóctono, nuestras mafias reducían su acción al narcotráfico, alentadas por tierras muy aptas para sembrar mariguana sobre todo y por los tres mil kilómetros de frontera con el gran mercado mundial. 
Entonces empieza a producirse lo que veremos luego, pues toca hablar primero de la muerte de Digna Ochoa y sus alrededores.
Conozco bien el caso por un libro inédito que escribí con los muchos materiales de investigación sin empleo en una película.
El cadáver de esta abogada a quienes todos conocen aparece una noche de octubre de 2001. Está en el despacho que la mujer compartía con otros defensores de derechos humanos. Semisentada en un sillón tiene dos disparos. El que le quitó la vida fue sobre la sien izquierda. Ella era diestra y las manos están mal metidas en guantes de latex con restos de talco dentro. El arma de origen checo la fabricó el ejército mexicano y su manejo es poco práctico. 
La puerta está cerrada por dentro y sobre una repisa descansan fotocopías de mensajes intimidatorios que durante años se enviaron a Digna y sus compañeros y compañeras del Centro Miguel Agustín Pro. 
Para el primer fiscal especial nombrado, no hay duda: se trata de un asesinato y las líneas dominantes para la investigación conducen a los servicios de inteligencia castrenses y a militares comisionados en la Sierra de Petatlán, contra los cuales nuestra abogada ganó un juicio.
El caso conmociona al país, que un año atrás tiene al primer presidente no priista en setenta años. Hay periodistas muy profesionales que en privado expresan una convicción: los autores fueron agentes de seguridad estatal que así enviarían un mensaje al nuevo gobierno: Quienes sabemos todo somos nosotros, no nos olvides.
Meses antes, en mayo del propio 2001, "un comando de hombres armados con AK-47" de madrugada hace un asalto "con tácticas militares a las instalaciones del Palenque de la Exposición Ganadera" en el municipio de Nueva Guadalupe. Nada hasta ese momento en el país se compara a la acción. Los protagonistas son los Talibanes al servicio de la mafia dominante en Ciudad Juárez. 
Conforme a los dichos, van tras personalidades de los Zetas, por entonces su equivalente en el cartel del Golfo. En la escalada de violencia, en febrero de 2002 éstos mismos producen los primeros descuartizamientos conocidos en la guerra entre el crimen organizado. El hecho nos deja boquiabiertos pues lo más brutal conocido hasta ese momento en la acción criminal son las pruebas de vida que el Mochaorejas deja a los 
familiares de sus secuestrados.
Para entonces el Chapo Guzmán, que en el Pacífico controla las empresas informales de estupefacientes, lleva un año fugado de prisión. Los rumores afirman que pudo huir gracias a sus aportaciones a la campaña presidencial de Vicente Fox y en adelante se asegurará con insistencia: es el capo mimado del mismo gobierno federal a quien se acusa por omisión en la muerte de los mineros de Pasta de Cochos y por la ofensiva contra el sindicato minerometalúrgico nacional, cuyos líderes "corporativistas" no están dispuestos a perder su extraordinaria fuerza validando al régimen a toda costa.

Lo innombrable
El cuerpo sin cabeza de un mafioso o el deceso de un militar, en sus disputas internas; un feminicidio, un secuestro, van a los titulares de la prensa.
El cadáver de un suicida por falta de empleo o resultado del hambre, o la lenta muerte que en millones tras millones produce el trabajo precario, pasan tan inadvertidos como los cambios de semáforos.
En septiembre de 2016 iniciamos una modesta, urgente campaña por los derechos laborales, y números y testimonios dibujan un panorama todavía más infame que el pensado.
“En 1987 el Tiempo de Trabajo Necesario que una persona necesitaba para comprar la Canasta Básica Recomendable, era de 4 horas 53 minutos. En abril de 2016 se había elevado a 23 horas 38 minutos”, aseguran los especialistas a quienes nos acercamos. Y siguen: “En 2012 una persona que ganaba un salario mínimo al día tardaba 9 minutos en generar el valor de su sueldo; lo generado en el resto de la jornada laboral se lo quedaban las empresas o el gobierno.” El sesenta por ciento de la fuerza de trabajo se ocupa en la informalidad.
A primera vista las cifras solo confirman lo que cada vez más vengo escuchando desde los años ochenta moviéndome entre obreros, maestros, despachadores, etcétera, y abogados e investigadores, de ambos géneros. En apariencia, digo y recuerdo mi asombro cuando entre 2004 y 2005 me invitaron a un congreso por la justicia en las maquilas.
Para entonces General Motors, Johnson and Johnson, ITT, Dupont, Azarco, General Eletric y otras muchas corporaciones habían montado plantas a lo largo de la frontera mexicana. Decenas de miles de empleos se perdían en Detroit, Chicago, etcétera, y poblaciones de la franja próxima al norte del Bravo conocían lo que se calificaba de epidemias de enfermedades degenerativas relacionadas con tóxicos.
En Brownsville se seguía con alarma la forma en que en Matamoros, a tiro de piedra, la llamada Hilera Química arrojaba a las corrientes de agua cantidades de xileno que rebasaban 53 mil veces las normas ambientales, y el pentaclorofenol, un célebre cancerígeno, andaba libre por el viento. Al cabo de dos años en la población texana se registraban 36 casos de niñ@s que nacían con cerebros incompletos, y los abortos indeseados advertían convertirse en tema de todos los días.
Allí mismo y en otras ciudades de Texas, de Nuevo México, Arizona y California, los centros maquileros de Nuevo Laredo, Ciudad Juárez, Nogales, Tijuana y demás, las emisiones del propio xileno, de petroleum, de naftalina, metileno, etilbenzeno, cromo, plomo… alcanzaban proporciones de hasta 250 mil veces por encima de los estándares aprobados, y aumentaban los enfermos de lupus, leucemia y otros cánceres.
Si las organizaciones de los Estados Unidos representadas en la Coalición, aspiraban a detener el pandemonium que daba la impresión de presagiarse, debían actuar más allá de la frontera, donde por lo obvio la historia se repetía geométricamente, de modo que, por ejemplo, los recién nacidos con anacefalia en Mamamoros, Nuevo Laredo y su entorno no eran 36, como en Browsville, sino justo diez tantos más: 360.
En esa misma zona de Tamaulipas cientos de miles de personas, en buena parte llegadas del centro y el sur de México, vivían condiciones que en la gigantesca capital del país sólo quienes habitaban en las proximidades de los tiraderos de basura podían imaginar: ríos y arroyos que traían muerte, lodazales que no había modo de evitar y que producían un rosario de afecciones en la piel, y una miseria detenida un momento antes de estrangular, únicamente porque a cambio del magro alimento y las casuchas de cartón y lámina, se dejaban cachos de manos, de brazos, de pulmones, y se contribuía a un régimen en el cual años después Ciudad Juárez descubriría la intimidad del mundo de mujeres alentado por las maquilas: unas 400 jóvenes violadas, torturadas y asesinadas, y decenas de miles objeto de acoso sexual, cumpliendo en un número significativo el papel de madres solteras.
El trabajo por sí mismo tampoco podía creerse. El de una compañera llamada Tere era un buen reflejo. Estaba inutilizada del túnel carpiano de la mano derecha y de los tendones del brazo y el hombro del mismo lado, por quitar rebabas a cilindros para helicópteros militares, en un movimiento repetido 870 veces por hora.  
Fui a Reinosa, Tamaulipas, y llegado un momento nos pidieron solidarizarnos con trabajadores y trabajadoras de una gran planta, que amagaban irse a huelga. Para llegar allí abandonamos la ciudad y tras muchos kilómetros semidesiertos apareció un fraccionamiento industrial. Se iba con la idea de un mitin. Qué ingenuidad. El sitio estaba cercado por una inmensa red y para entrar o salir debía atravesarse la única puerta, controlada por agentes de seguridad privada. Pasamos mostrando identificaciones. Visita a presos, pensé, y enseguida se mostró una serie de galerones construidos como dios manda. Estaban vacíos. La empresa acababa de marcharse.
-¿Abandonan los edificios así nomás? –preguntó alguien.
-No era suyos. Los levantó el gobierno municipal para ella, por pedido. Fábricas golondrina, las llaman.
“…el mero hecho de sobrevivir de un día para otro nos cuesta un enorme esfuerzo. No me refiero a la miseria, sino a que ya no sabemos reaccionar ante los hechos más habituales, y como no sabemos actuar, tampoco nos sentimos capaces de pensar.”
Eso escribe Paul Auster en la novela que parecería un despropósito traer a cuento, sino fuera porque adelanta el futuro en tanto proyección del presente, que así se descubre. En El país de las últimas cosas las ocupaciones, por ejemplo, parecen absurdas por sí mismas y por el grado de miseria y abyección que representan. Pero no más que el de hasta hace poco de Tere, nuestra guía en el recorrido por el parque industrial: una máquina inteligente escupía tubos para los helicópteros que irían a hacer su trabajo a Afganistán o Irak, sin preocuparse por las rebabas en los bordes; de eso, de quitarlas, se ocuparían las manos de llanos mortales y una cuchilla, con un sólo, repetido movimiento sobre el acero inoxidable ¡870 veces por hora! A cambio, 40 pesos al día, y al poco un túnel carpiano, que inutiliza la mano, y sus continuaciones en el brazo, el hombro y la espalda incapacitados de por vida.




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Muchos estudian al crimen organizado en México, sus relaciones con la clase política y empresarial, con el Estado como tal y el planeta. Debo guiarme por ellos y no me decido, pues suelen estár en desacuerdo.
De cualquier manera las mafias me interesan sólo cuánto inciden en la violencia y si les dedico tiempo entro al juego de un terrible fenómeno que de terrible:  y  hablo mucho de . por su relaci    















Nadie atina a explicar por qué todos fueron Ayotzinapa. Universitarios, burócratas, electricistas, preparatorianos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, familias enteras… Todos acudieron porque esos 43 normalistas de Iguala no son tan lejanos, no son tan ajenos, y el 44 podría estar inmerso en esa masa que atiborró el centro de la ciudad. La marcha del jueves 20 fue otra vez la unificación de una voz: ´Que se vaya Peña´. Antes de que los uniformados cumplieran la orden de despejar el Zócalo a toletazos, un muchacho muy joven había dicho: “Este es nuestro 68”. Y sí”, escribe Fabrizio Mejía Madrid en una crónica sobre la gran manifestación de ese 20 de noviembre.
El 43 se convierte en una cifra simbólica para México y para quienes acompañan la lucha en otras partes del mundo. Involuntariamente dejamos fuera así a los tres asesinados, el muerto en vida y el herido que no volverá a ser el mismo por el impacto en la cara. Muchas y muchos se esfuerzan en recordarlos con las fotos de sus muros en las redes sociales.
Hay allí un empeño por rescatar la memoria de todos uno a uno y el trabajo de Tryno Maldonado, escritor y periodista, es quizá la mejor muestra, pasando meses en la Raúl Isidro Burgos para que los números y las fotografías se transformen en historias personales. Otros y otras se acercan a las familias, para asomarnos al drama que acompaña esta historia.
No resulta fácil por la tragedia en sí y el duro proceso de revictimación en el reino de la injusticia donde vivimos.
Julio César Mondragón Fontes es el normalista desollado en vida, cuyos restos presentan unos militares en la mañana del día 27, asegurando que los encontraron sobre la calle. 
La madre, el hermano, los abuelos y tíos de Julio viven al sur del estado de México, y Marisa, su compañera, trabaja y se hace cargo de Melissa, la hija de ambos, en el Distrito Federal. A la manera de cualquier familiar de los 5, no pueden moverse como los de los desaparecidos, pues la PGR aisló sus casos.
Cuando la joven esposa y el tío Cuitláhuac fueron por los restos del muchacho, incursionaban en una realidad regional muy distinta a la suya, a la que por obvio instintivo temían. En ese clima, entre uniformados y civiles de aspecto dudoso gracias a las noticias ya esparcidas, calculemos la confrontación con el forense.
-¿Por qué afirma que lo mató el trauma craneoencefálico y no reporta posible tortura? Vea el rostro y las huellas en varias zonas del cuerpo -dijeron, y la respuesta fue el ninguneo del profesional con autoridad que se dirige al pueblo llano. Maestros normalistas y de carácter enérgico los dos, encararon al médico tan mesuradamente como las condiciones mandaban, haciendo conciencia de que deberían fotografiar el cadáver en diversas posiciones antes de darle sepultura.
El duelo, multiplicado por las circunstancias, tendría que pasar entonces un agrio trago extra. El colmo fueron los comentarios en el propio Semefo: Pueden sacar buen dinero por un caso así.
El periplo de los Mondragón abunda en mensajes siniestros y fantasmas que el poder siembra de tal o cual manera, ahora al abandonar Iguala. ¿Estaban en riesgo, alguien los seguiría? ¿Eran exageraciones, una reacción común de las víctimas en México?
Al poco Marisa recibe la visita de representantes del gobierno guerrerense. Le llevan un cheque por diez mil pesos, que se presume para los gastos de mayor urgencia y no aclaran realmente el motivo. ¿Si toma el papel renuncia a algo? ¿Y cómo dieron con ella los agentes?, ¿la vigilan?, ¿desde cuándo?
Por esos días, durante una clase en su universidad, Lenin, el hermano pequeño de Julio y muy parecido físicamente a él, escucha al maestro referirse al joven que aparece desollado en la fotografía.
-Se lo merecía –suelta el tipo.