"-¡Supondrá usted que para algo
trajimos el divorcio los hombres de la Revolución!
"-¡Ah, claro! No lo dudo. Pero no para que ustedes (...) tengan a un tiempo novias y mujeres."
No sé qué tan pobre debe considerarse este diálogo de La sombra del caudillo, novela cuyo propósito ex exhibir a los padrecitos revolucionarios
vueltos gobierno. Didáctica, como casi toda la narrativa mexicana
hasta entonces, sino era crónica, mal construye personajes, atmósferas, emociones. En
cualquier caso, conociéndolo bien, asoma al poder.
El
general aspirante a la presidencia nacional y la joven que pretende
caminan sobre una ciudad inerme, poniendo en juego sus flacos
interiores. ¿Con cuánta ventaja venderá ella belleza y posición y qué
tan dueño de sí es nuestro hombre en estrategias no militares, ahora,
cuando recoge la cosecha y debe hacerse empresa, familia, modelo social?
¿Sí?
"-Estamos hablando
con el corazón en la mano, Hilario, no con frases buenas
para engañar a la gente. Ni a ti ni a mí nos reclama
el país" -dice en otro momento nuestro protagonista. Vuelvo a la secuencia que dejé:
"El
brazo de Rosario, con el contacto de su desnudez, estimulaba en
Aguirre el cinismo mujeriego. El ministro preguntó de improviso,
imprimiendo a sus palabras naturalidad fingida:
"-¿Por qué no se decide usted a ser mi novia de una manera franca y
valerosa?
"-¡Qué desfachatez! ¿Y tiene usted el descaro de preguntármelo?
"-Descaro, ¿por qué? No hay que exagerar. Nuevas leyes, nuevas costumbres."
¿En manos de quiénes quedamos?
"Segundos después la
actitud de Rosario, subrayándose por contraste, demostraba que la verdad era una sola: que ella abandonaba el
brazo desnudo a la mano de él, y que él, más que sujetárselo, se lo acariciaba.
"-Tiene usted razón -concluyó Aguirre, seguro de que se
entendía el doble sentido de su frase-: mientras seamos
amigos de este modo delicioso, el ser novio ¿que añadiria?
Rosario fingió no oír y habló de otra cosa."
¿Solo la desea? ¿Cómo manejarlo hacia donde ella quiere?
"La conversación de ambos, siempre en torno de un tema único, se desviaba a cada paso para volver a poco, con
el refuerzo del nuevo sesgo, al solo punto que les interesaba (...)
"Esa tarde, para simular lejanías espirituales, su gran recurso fue el espectáculo de las montañas."
Otra vez: ¿en manos de quienes quedamos? Porque Aguirre finalmente coincide con Hilario:
"Mis
andanzas en estas bolas van enseñándome que,
después de todo, siempre hay algo de la nación, algo
de los intereses del país, por debajo de los egoísmos
personales a que parece reducirse la agitación
política que nosotros hacemos y que nos hacen."
"Aguirre tiene los atributos del
príncipe aristotélico", escribe un intelectual siglo XXI. Que a eso aspiró Martín Luis Guzmán al concebirlo, dice. ¿Será? Para sus efectos, el filósofo griego apeló a Filipo II, padre de Alejandro
Magno, elevándolo sobre los tiempos. El escritor mexicano denunciaba a
la casta que terminó asaltándonos tras el movimiento revolucionario.
Pertenece, entonces, a la literatura latinoamericana que trata a
nuestros dictadores. Y no, cuál príncipe ejemplar hay allí.