Regresando de una charla sobre
este tema en la plaza central de Jiutepec, Morelos, escribo: Vivimos un narco
Estado, dicen; y una narco sociedad, debe agregarse simplificando. Gran parte
de la población nacional sabe quiénes pertenecen al crimen organizado, calla
los actos de corrupción alrededor y tal vez conoce el rostro y hasta el nombre
de los secuestradores de los niños y las mujeres cuyas fotos circulan por la
internet, o el de los violadores y feminicidas.
Un psicoanalista opina que sus
colegas han equivocado el punto de arranque sobre los torturadores. No son
seres a-sociales, dice. Entonces tampoco quien corta cabezas y demás. ¿La
realidad se volvió de revés? Sí, en parte, y debo tener mucho cuidado en lo que
concluyo de eso, pues agravio a la víctima doblemente, según es ley en el reino
de la injusticia.
Lo sé cuando las circunstancias me
hacen mirar muy de cerca la peor brutalidad en el México posrevolucionario,
creo, incluyendo la masacre de Tlaltelolco y la guerra sucia, por lo que trae detrás: una suerte de solución final, como la llamaban los
nazis, que condena a siete de cada diez personas, según opina un experto. También
la forma: a la vista de todos desaparecer para siempre a cuarenta y tres estudiantes
de origen popular, dejando en un compañero suyo el mensaje complementario: el
rostro sin piel ni ojos, sobre la calle.Si en el libro a la carrera que recién terminé fui de una extrema prudencia, aquí me atreveré a todo. Lo hago ya en un cuaderno paralelo, imaginando al hombre a quien la impunidad responsabiliza de desollinar y así matar al joven.
¿El hombre, un agente policiaco con negra trayectoria, dispone de las destrezas para un acto de esa clase? Un amiga guatemalteca hace un breve trabajo sobre la tortura en nuestro subcontinente? Las fuerzas de élite militar en su país tienen fama como torturadoras y la amiga no encuentra registro más que de un caso de desollación y en los pies. En la Colombia paramilitar del peor momento, tampoco hay menciones mayores.
A cambio en nuestro país se produjeron dos, no hace mucho, atribuidos al crimen organizado. ¿El trabajo lo hizo un miembro de los cárteles o un mercenario estadounidense o de otro país, pues según bien sabe el padre Alejandro Solalinde, en la frontera sur abundan los ex soldados que participaron en vaya a saberse cuántas invasiones formales e informales?
¿Los cuerpos de elite en el ejército mexicano recibieron entrenamiento para algo así, desde su especialización en contrainsurgencia, a mediados de los noventa?