domingo, 7 de junio de 2015

La Casa del Horror y la "solución final"

Regresando de una charla sobre este tema en la plaza central de Jiutepec, Morelos, escribo: Vivimos un narco Estado, dicen; y una narco sociedad, debe agregarse simplificando. Gran parte de la población nacional sabe quiénes pertenecen al crimen organizado, calla los actos de corrupción alrededor y tal vez conoce el rostro y hasta el nombre de los secuestradores de los niños y las mujeres cuyas fotos circulan por la internet, o el de los violadores y feminicidas.
Un psicoanalista opina que sus colegas han equivocado el punto de arranque sobre los torturadores. No son seres a-sociales, dice. Entonces tampoco quien corta cabezas y demás. ¿La realidad se volvió de revés? Sí, en parte, y debo tener mucho cuidado en lo que concluyo de eso, pues agravio a la víctima doblemente, según es ley en el reino de la injusticia.
Lo sé cuando las circunstancias me hacen mirar muy de cerca la peor brutalidad en el México posrevolucionario, creo, incluyendo la masacre de Tlaltelolco y la guerra sucia, por lo que trae detrás: una suerte de solución final, como la llamaban los nazis, que condena a siete de cada diez personas, según opina un experto. También la forma: a la vista de todos desaparecer para siempre a cuarenta y tres estudiantes de origen popular, dejando en un compañero suyo el mensaje complementario: el rostro sin piel ni ojos, sobre la calle.
Si en el libro a la carrera que recién terminé fui de una extrema prudencia, aquí me atreveré a todo. Lo hago ya en un cuaderno paralelo, imaginando al hombre a quien la impunidad responsabiliza de desollinar y así matar al joven.
¿El hombre, un agente policiaco con negra trayectoria, dispone de las destrezas para un acto de esa clase? Un amiga guatemalteca hace un breve trabajo sobre la tortura en nuestro subcontinente? Las fuerzas de élite militar en su país tienen fama como torturadoras y la amiga no encuentra registro más que de un caso de desollación y en los pies. En la Colombia paramilitar del peor momento, tampoco hay menciones mayores. 
A cambio en nuestro país se produjeron dos, no hace mucho, atribuidos al crimen organizado. ¿El trabajo lo hizo un miembro de los cárteles o un mercenario estadounidense o de otro país, pues según bien sabe el padre Alejandro Solalinde, en la frontera sur abundan los ex soldados que participaron en vaya a saberse cuántas invasiones formales e informales? 
¿Los cuerpos de elite en el ejército mexicano recibieron entrenamiento para algo así, desde su especialización en contrainsurgencia, a mediados de los noventa?