sábado, 18 de julio de 2015

Montaigne

“Nuestros ojos son más grandes que nuestros estómagos, y nuestra curiosidad mayor que nuestra capacidad de entender; creemos asirlo todo y apretamos sólo viento.”
Eso escribía Miguel de Montaigne en el siglo XVI.
La casa del horror estuvo antes en un blog. Durante diez meses allí recibió ciento diecinueve mil aprobaciones. Cumplió pues su función sin hacerse libro porque era un material inconcluso. Imposible terminarlo por la rapidez con que se producían los hechos y con que me informaba sobre una variedad de temas involucrados.
Intento ahora algo distinto. Lo hago tras la noche de Iguala, que exhibió los vínculos en pos de los cuales andaba mi trabajo. En éste decía: Casi puedo ver aquí y allá a los agentes de violencias muy distintas compartiendo las mismas quebradas, sendas o montes, o las mismas calles y centros de recreo y negocio.
El casi lo borraron las sombras entre el 26 y 27 de septiembre aquel y el libro que terminé en cinco semanas a solicitud de la familia Modragón Fontes, sobre Julio César, el joven desollado en vida como mensaje. El texto lo edita ahora la Brigada para leer en libertad.
Al escribirlo fui a dar muy lejos de donde me hallaba antes: a los fondos de la sociedad que hace tres décadas se construye en el mundo y parece devolvernos a 1840, digamos, cuando iniciaba la segunda, moderna etapa colonizadora, o a los tiempos del propio Montaigne, quien hacía la declaración aquella contemplando la primera expansión ultramarina.
Las palabras del francés recordaban una frase de Carlos Marx revisada no hace mucho: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”.
La casa debe atreverse ahora a nuevas cosas, con la modestia por delante y unas palabras guía, de Eugenio Raúl Zaffaroni, candidato argentino a encabezar la Corte Interamericana de Derechos Humanos: “En México y América Latina hay un nuevo genocidio en curso. Estamos asistiendo a una auténtica shoah” (la “solución final” que concibió el régimen nazi).